No abras las ventanas. Todo afuera está al acecho del resquicio. Unas manos se alargarán para dibujar círculos ciegos en el aire hasta tocarnos y, si no nos encuentran, robarán nuestro polvo, el aire sucio que flota y que también nos pertenece. Un ojo puede ser una ventana, un pequeño ruido una ventana, un rayo de luz la pendiente por donde rodarán todos los gritos, los golpes, los llamados, hasta formar una pirámide inmensa a nuestros pies. No abras. No abras nunca. Abrázame.