Todo burbujea, se eleva el líquido hirviente, crece el calor de las empuñaduras. Ruge el viento que se dobla sobre la mágica línea del horizonte. Nadie ve, miles de ejes sostienen las pupilas que amenazan infinitas direcciones. Cada animal se prepara para el salto, cada objeto para el día final de su fractura. Todas las voces suman un gran coro que no dice, los labios se atropellan, se muerden, tropiezan con las palabras que se asoman y no saben su rumbo.
Oscuro el campo de batalla, oscura la bala, oscura la mirilla noble que no advierte.
Todo bulle y duerme, pradera de roca, melodía de puñales al acecho, polvo de la avalancha. Borbotea el silencio que cree besar la vida y que reposa. Una brisa juega con las preguntas, con las cáscaras, juega abriendo y cerrando puertas y ventanas.
Me asomo a mi rostro y observo el gentío, la trayectoria circular de las palabras no dichas.
Todo vuelve sobre sí mismo, las miradas cierran sus órbitas, los dedos que señalan se parten, se quiebran desconcertados, todo vuelve, todo vuelve sobre sí, y vuelve el viento a doblarse sobre el horizonte, y el hervor infinito a desaparecer las aguas y multiplicarlas.